SOBRE MI
— Carrera —
Luis Ignacio Rodríguez (Madrid, 1987) es profesor de Historia y Cultura Clásica en Secundaria. Licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid, experto en Comunicación Católica por la Universidad Libre Internacional de las Américas
y profesor de Historia en ESO y Bachillerato. Además de sus obras literarias, ha escrito un centenar de artículos de opinión para distintos
medios y blogs, principalmente sobre religión, política, filosofía e
historia.
— Biografía —
Después de Perspectiva, mi primer relato, vinieron otros, como Esta Tierra..., Peregrino y El Vigilante, alternando entre la narrativa de ciencia ficción y fantástica y la histórica, pues para mi la línea divisoria entre ambas no es tan diáfana como usualmente se cree. De esta última obra, El Vigilante, nació una serie de relatos cortos interconectados que tomarán cuerpo en un solo libro de aparente distopía que publicaré próximamente, titulado Unión.
Ahora estoy embarcado en mi mayor proyecto: la Historia de los Confines. una saga completa de seis libros ambientados en un mundo fantástico y que ya ha visto la luz con El Altar Blanco. Mientras tanto, ya estoy trabajando en la segunda parte, titulada "La Ruina del Norte". La tercera, que concluirá la primera trilogía, se titulará "Lurgaic".
— Motivaciones —
¿Qué es lo que hay detrás de mi para que
me atreva a escribir en estas aguas infestadas de piratas y sirenas?
Más que detrás mío, dentro, en mi espíritu.
Pues
bien, el hábito de la lectura se lo debo a mis padres, que jamás me
dijeron que no cuando les pedía un libro, y a veces incluso tenían que
remover cielo y tierra para encontrarlos. La colección "Tus Libros"
de la editorial Anaya fue la primera en mostrarme el impresionante
potencial oculto de un simple montón de papeles impresos. Devoré no
menos de cincuenta de aquellos (que todavía guardo como un tesoro),
entre los cuales había clásicos como La Isla del Tesoro, El Conde de Montecristo o uno de mis preferidos, Robinson Crusoe. Mi primer encuentro con una novela histórica de envergadura fue poco después, con la trilogía Alexandros,
de Manfredi, que devoré en pocas semanas. En aquel momento aún no tenía ni idea de qué era lo que terminaría estudiando, pero aquello inició mi afición por la Historia.
Y
entonces fue cuando conocí a Isaac Asimov. He de decir que Asimov ha
sido uno de los tres escritores que más me han influido, a los que
puedo llamar mentores sin temor a equivocarme. Primero vinieron los
libros de Historia Universal Asimov (muy culpables de mi carrera) y después la saga de Los Robots. Fundación llegó más tarde, pero caló igual de hondo. Por último leí, la que considero su obra maestra, El Fin de la Eternidad, que al principio no me impresionó mucho pero, como la auténtica belleza, me fue embriagando poco a poco hasta llenarme por completo.
Después
de algunos saltos más encontré otra de mis piedras angulares: la obra
de J. R. R. Tolkien. No hace falta decir que es el maestro del género
fantástico sin discusión alguna, pero además es el autor de la saga que
más me ha marcado y me ha moldeado como escritor, especialmente en fondo. El Señor de los Anillos y los demás libros de la Tierra Media
son mucho más que la mejor obra de fantasía jamás escrita: son el
ejemplo de hasta dónde puede llegar la literatura. Tolkien supo llevar
sus valores y transmitirlos a su obra de forma que no desmereciesen
ninguno de los dos. De hecho, creo que eso mismo es el secreto de su magnitud. Es ese mismo sentido el que espero dar a mis obras,
para que no sean simples historias que alegren el corazón, sino que
también sean capaces de llegar hasta lo más hondo del espíritu humano y darle razones para seguir luchando por lo que merezca la pena.
A
esta le siguieron más libros que no han dejado mucho poso en mi
memoria, pero sí en mi forma de ver la vida. Sin embargo, mi mayor
desafío vino al entrar en la facultad de Historia, donde me hacían leer ingentes cantidades de libros de calidad muy variada, la inmensa mayoría ensayos que nada tenían que ver con
las novelas con las que me alimentaba hasta entonces. De ellos, algunos
muy aprovechables, saqué la madurez suficiente como para formarme un
criterio adecuado y escoger a los mejores autores, no necesariamente de dicha materia. Leí a filósofos como Donoso Cortés o Balmes,
politólogos como Maeztu y Sánchez-Albornoz o historiadores como
Orlandis y Dumont. Algunos de ellos reforzaron mi idea de que con la
escritura (y con el ejemplo propio) se puede mejorar el mundo, inspirando, alentando y enseñando a
las personas; y que da igual lo denostado u olvidado que hayas sido en
tu época, pues lo que dejes por escrito tras tu muerte bien puede
cambiar el corazón de alguien; hacerle más sabio, más humilde, empujándole a dar ejemplo a los demás y a confiar más allá de lo esperable, aunque se trate de un joven estudiante del siglo XXI.
El último descubrimiento que se llegó a convertir en un referente para mi fue Chesterton, el maestro de las paradojas y del sentido común. Su colección de artículos Por qué soy católico amplió la visión que tenía de mi propia fe y me enseñó que un debate también puede tener valor literario, al igual que su obra maestra El Hombre Eterno. Después, la serie de historias del Padre Brown afianzó mi opinión sobre él, que apenas se ha visto afectada por el paso del tiempo. Chesterton era alguien que veía con claridad más allá de nuestra propia época sin por ello dejar de vivir en ella.
Pero esto no es más que el punto de partida. No considero que lo que he leído hasta ahora haya sido suficiente para una vida, especialmente habiendo todavía tanto apasionante por descubrir y tantas grandes historias que leer. Además, espero que algún día mis obras sirvan como fuente de inspiración para alguien, para poder devolver así algo de lo mucho que he recibido y poder ganarme, como decía Donoso, un sitio en el Cielo. ¿Quién sabe? Quizás allí encuentre más libros que merezcan la pena.