De todas las virtudes de las que puede hacer gala Samsagaz Gamyi, la más destacable de todas es su sencillez, precisamente aquello que lo convierte, a mi entender, en el personaje más grande de la Trilogía de El Señor de los Anillos. Mientras los otros miembros de la comunidad acompañaban y protegían a Frodo por ser el portador del Anillo Único, Sam solo lo seguía por ser él, no por lo que llevaba, y no lo hacía hasta Mordor, sino hasta donde fuese Frodo. Gandalf y Elrond supieron ver sabiamente dentro Sam, y por ello le permitieron unirse a la comunidad. Lo que no sabían es que ninguna decisión del Concilio habría sido capaz de alejarlo de su querido señor Frodo.
Y esta pureza de corazón y rectitud de intenciones, que parecían sencillas en comparación a las de Áragorn (liberar a los hombres y ganarse el derecho a casarse con su amada), la de Boromir (salvar a su patria), o incluso la de Gandalf (ayudar a los pueblos de la Tierra media a derrotar a Sauron), fue lo que permitió que la misión emprendida por Frodo no terminase en un fracaso absoluto.
De haber sido otro el compañero final de Frodo, otra habría sido su suerte, y seguramente el Anillo habría acabado en manos de algún Nazgûl. Solo un amor tan sincero y limpio como el que Sam sentía por Frodo pudo haberle hecho acometer con tanta furia a la monstruosa araña que atacó a su amo, y solo el valor que nace de ver en peligro a un ser querido podría haber derrotado a tal bestia. Con razón creían los orcos que capturaron a Frodo que el compañero del desafortunado hobbit se trataba "un gran guerrero, probablemente un elfo", pues de tal envergadura fueron sus hazañas.
Además, constatada la pérdida de su amo, y sumido en el más profundo de los dolores, Samsagaz se levantó y tomó para sí el Anillo, dispuesto a cumplir su misión como forma de honrar la memoria de Frodo, aparentemente muerto. No lo hizo por afán de gloria o de poder, o por ninguna de las justas y muy necesarias razones que habrían empujado a cualquier otro a hacerlo. Légolas, por ejemplo, habría deducido que tanto daba fracasar ahora o dejar que el Anillo le dominase, solo que tomándolo, daba pábulo a la esperanza de poder destruirlo, y seguramente habría hecho por cumplir la misión, pero habría fracasado tarde o tempano.
Sin embargo no fue así, no fue un Glorfindel o un Gandalf el Blanco quienes tuvieron que enfrentarse a tales pruebas, gracias a Eru, puesto que ninguno de ellos habría dado la talla para superarlas. La talla del corazón, que era lo que hacía grande a Samsagaz, a pesar de lo pequeño que se veía a sí mismo en esos momentos.
Todas las decisiones narradas en el último capítulo de Las Dos Torres, concatenadas de forma que Frodo, Sam y el Anillo logran superar Cirith Ungol y el antro de Ella Laraña amparados en una aparente casualidad, son las que guían al Anillo fuera de las garras de Sauron y de sus ávidos orcos. Pues si Sam no hubiese tomado el anillo para sí, este habría caído en sus manos, si hubiese abandonado a Frodo no se habría enterado de que aún seguía con vida y no habría vuelto a por él, y el Gran Ojo, lo habría torturado hasta revelar la presencia de Sam y sus intenciones, malogrando cualquier oportunidad de destruir el Anillo. Es por eso por lo que Eru, aquella mano invisible que los guiaba en todo momento, decide mantener a Sam al lado de Frodo, porque no se requerían los brazos de un gran guerrero o la mente del más sabio de los sabios para superar esa prueba, sino la mayor pureza y rectitud de intenciones, que solo se encontraba en la devoción de Sam por Frodo. Por eso las decisiones que tuvo que tomar Maese Samsagaz fueron acertadas, por más que él no supiese verlo, porque las tomó precisamente con la virtud más grande que tenía aquel pequeño jardinero hobbit: el corazón.
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