La que es la saga de fantasía más popular de nuestros días tiene miles de millones de seguidores, pero también sus detractores. Harry Potter, con sus luces y sus sombras, ha marcado hondamente el carácter de varias generaciones; veamos por qué.
Sin duda, la principal razón de su éxito es la absorbente capacidad que tiene la historia para engancharnos y mantenernos pegados a las páginas, devorando con ansia sus libros gracias a la sencillez con la que están escritos (aunque esa misma sencillez sea también fuente de críticas). Las circunstancias a las que se enfrentan los personajes y la capacidad que tienen para que nos identifiquemos con ellos; junto a la constante emoción de descubrir en cada entrega un poco más de ese mundo mágico, inverosímil y encantador a la vez, son el corazón de la obra. Y muy pocos pueden resistirse a un pobre chico maltratado y lleno de temores que se descubre en un valiente adolescente capaz de lidiar con el peso de su propia leyenda.
Es el estilo, sin embargo, uno de los defectos que tiene, ya que más que sencillo resulta bastante simple. Por desgracia, no basta con una historia de calidad, pues aunque haya gente que no esté acostumbrada a leer y que agradezca no encontrar farragosos artificios literarios que le impidan seguir avanzando, a otros muchos nos para justo lo contrario. Se puede ser elegante sin caer en la repetición constante (como en los apuntes de los diálogos) y llevar una narración ligera llena de acción sin renunciar a las formas.
Son siete libros a lo largo de siete años, en los que el lector acompaña a unos protagonistas sumidos en una vorágine de cambios y evoluciones típicas de adolescentes, con las que muchos hemos ido creciendo y en las que nos hemos visto reflejados, forjando un vínculo sentimental muy fuerte entre la obra y los lectores, de los más fuertes que puede haber de esta naturaleza.
Dicho vínculo no tiene por qué ser necesariamente beneficioso, pues depende en gran medida de la forma en la que el libro muestre el espíritu de los personajes. En el caso de Harry Potter, tenemos el ejemplo de virtud y sacrificio que nos da en la decisión final al dejarse "matar" por Voldemort; pero también hay casos de injusticias sin consecuencias o casos de discriminación flagrante, como los que sufren los muggles a manos de los magos, reducidos a meros sub-humanos sin capacidad decisoria sobre sus propias vidas.
Las relaciones personales entre los protagonistas (Harry-Ginny y Ron-Hermione) distan mucho de estar fundamentadas en pilares sanos, y dan una idea distorsionada de lo que debería ser una relación normal (reconocido, por cierto, por la propia autora). Aunque, por otro lado, Rowling tiene la habilidad de dejarnos frases lapidarias, dignas de ser recordadas, como algunas que puso en boca de Dumbledore, o la mejor definición de la moral del mal que he visto en mi vida: No hay ni mal ni bien, sólo hay poder y personas demasiado débiles para buscarlo.
En definitiva, el paso de los siglos permitirán hacer juicios más ecuánimes que el mío, pero yo con lo que me quedo es con esa dualidad que impregna toda la obra; esa capacidad de encandilar y de decepcionar al mismo tiempo, de una saga que encierra una potencialidad genial, pero que no llega a brillar nunca con toda la fuerza que prometía. Es evidente que ha cubierto una necesidad social y emotiva muy importante, pero si lo ha hecho de la manera más adecuada, si realmente su legado merece ser conservado, no me corresponde a mí decidirlo.
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