Es inevitable que, de vez en cuando, nos asalten temores sobre el futuro de nuestros escritos ¿Lograré publicarlos? ¿Gustarán? ¿O acabaré fracasando y nadie se molestará en leer lo que escriba?
La desazón es mayor cuando caemos en la cuenta de lo complicado que es tener éxito, la dificultad de darse a conocer sin mecenazgo y la inmensa cantidad de escritores mejores que nosotros que han fracasado en el intento. Más allá de cuestiones económicas (¿quién no ha deseado poder vivir de su pluma?), lo más normal es que el escritor novel que se lanza al mundo se sienta como un gladiador abandonado en la arena del circo máximo.
Y allí, rodeado de la indiferencia de muchos, la burla de unos pocos y la abrumadora sensación de insignificancia, es cuando tenemos que recordar que somos dueños de lo que escribimos, pero de nada más.
Ni las ventas ni el éxito de nuestras obras dependen de nosotros en última instancia. Podemos intentar encontrar la mejor editorial de todas, vender nuestra habilidad con excelencia o invertir sumas astronómicas de dinero, pero nada de esto garantizará que vayamos a ser conocidos, reconocidos o respetados. El mundo está sujeto a modas y a espurios intereses ocultos sobre los que no tenemos ninguna clase de influencia. Frente a esta realidad solo podemos poner todo nuestro espíritu en nuestros libros. Parecerá que no es nada, pero lo es todo.
Solo si reflejan lo mejor que hay dentro de nosotros podremos estar a salvo del juicio del mundo, por desfavorable que sea. Cambiar para bien la vida de alguien, aunque parezca poco importante, es motivo suficiente para poner todo nuestro esfuerzo y cariño en lo que escribamos. Es indiferente si somos leídos por cientos, miles o millones, pues nuestro verdadero éxito no se mide en las personas que nos lean, sino en nuestra capacidad de inspirar y conmover a aquellas a las que lo hagan.
Gloria y grandeza son dos conceptos que no tienen por qué ir de la mano, mucho menos en nuestros tiempos. Nuestro anhelo no han de ser los focos, sino las estrellas. Si en nuestro camino recibimos los aplausos y el reconocimiento del público, mejor, pero sabiendo siempre que nuestro verdadero triunfo no es ser conocidos, sino ser recordados.
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